El Racismo de Trump

Por: Onel Ortiz @onelortiz

Agradezco a Donald Trump el que me dé motivos para seguir escribiendo respecto al racismo, clasismo y estupidez que representa. Porque no se trata solo de un hombre y sus declaraciones incendiarias, sino del entramado de poder que lo rodea y de la persistencia de una ideología supremacista que, lejos de extinguirse, encuentra en él un vehículo de resurgimiento. Y junto con él, la lucha también es contra sus aliados y la nueva oligarquía tecnológica encabezada por Elon Musk, Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, quienes han moldeado el discurso digital para normalizar narrativas de odio y perpetuar la desigualdad.

Desde su primer mandato, Trump no se rodeó de estadistas ni de servidores públicos con vocación social, sino de los personajes más clasistas y racistas de la sociedad norteamericana. Su gabinete, un desfile de halcones y perros de presa, ha estado conformado por personas deseosas de satisfacer sus traumas en contra de los migrantes, de los pobres y de cualquier expresión de diversidad. Y ahora, en su nueva administración, la historia se repite.

En este elenco de película de horror, en las primeras semanas de su gobierno, me llamó la atención la nueva portavoz de la Casa Blanca, Karoline Leavitt. No es una sorpresa que Trump haya seleccionado a una figura que encarne, con total literalidad, su retórica y su visión de mundo. Lo sorprendente es la edad de Leavitt, su entusiasmo por el odio y la forma en que, con apenas 27 años, se ha convertido en el rostro del racismo institucionalizado.

Leavitt es el ejemplo perfecto del trumpismo. Blanca, rubia, de ojos claros, con una cruz de oro en el cuello, y con un discurso que no desentonaría en los peores momentos de la historia estadounidense. Desde su primer día en la Casa Blanca, ha calificado a los migrantes como “delincuentes” y “basura”, reafirmando la visión de que los Estados Unidos deben ser un bastión de la supremacía blanca, sin espacio para los que llegan en busca de una vida mejor. Tan joven y tan racista. Tan religiosa y sin ningún amor al prójimo. Tan entusiasta y al mismo tiempo tan ignorante de la historia.

No podemos olvidar sus palabras, no por venganza, sino por memoria. Porque la memoria es el arma más poderosa contra el olvido, y el olvido es la antesala de la repetición. Es necesario recordar quiénes son estos personajes y qué representan. Leavitt no es un caso aislado, sino una muestra de la ideología que domina la nueva derecha estadounidense: una derecha sin vergüenza, sin filtros, sin la necesidad de esconder sus verdaderos objetivos.

El racismo de Trump y su equipo no es una anomalía, sino la manifestación de un sistema que sigue operando con las mismas reglas que lo han definido desde su fundación. Lo que cambia es la forma en que se presenta. Ahora, en un mundo hiperconectado, el racismo no solo se expresa en discursos presidenciales, sino en algoritmos que privilegian ciertas voces sobre otras, en plataformas digitales que permiten la difusión del odio bajo la bandera de la “libertad de expresión”, y en una maquinaria mediática que legitima la violencia con el pretexto de la seguridad nacional.

Leavitt nació y creció en Atkinson, Nuevo Hampshire, en el seno de una familia propietaria de una heladería local y un concesionario de camiones usados en Plaistow. Se formó en colegios privados, estudió comunicaciones y ciencias políticas en una universidad católica y trabajó en una cadena de televisión afiliada a un gran conglomerado mediático. Su historia es la típica narrativa de la clase media acomodada que, lejos de comprender la diversidad y la complejidad del mundo, se aferra a una visión excluyente y conservadora. No es la historia de una persona que haya tenido que enfrentar la discriminación, la precariedad o el miedo a la deportación. Es la historia de alguien que ha crecido en un entorno donde la exclusión se vive como normalidad y donde la empatía es un concepto ajeno.

La llegada de Leavitt a la Casa Blanca es una advertencia. No solo porque representa una generación de trumpistas que han crecido sin el más mínimo cuestionamiento a la desigualdad, sino porque su papel es clave en la difusión de una narrativa de odio. Como portavoz, tiene la tarea de legitimar la agenda de Trump, de reforzar los prejuicios de su base electoral y de presentar la discriminación como una política de Estado.

La lucha contra el trumpismo no se reduce a enfrentar a un solo hombre, sino a desmontar toda la estructura de poder que lo sostiene. No basta con denunciarlo, hay que combatirlo con la razón, con la memoria, con la resistencia pacífica y con la defensa de la democracia. Y para ello, es fundamental recordar quiénes son sus aliados y cuál es su papel en este tablero.

Karoline Leavitt es solo una pieza más de un juego que busca consolidar una visión excluyente de la sociedad. Su discurso es un eco de los discursos de Trump, pero con una novedad peligrosa: la juventud. Porque si algo ha demostrado la historia, es que los movimientos más reaccionarios siempre han buscado adoctrinar a las nuevas generaciones para asegurar su supervivencia.

Que no se olviden sus palabras. Que no se olvide su rostro. No por venganza, sino por memoria. Porque la memoria es el primer paso hacia la resistencia, y la resistencia es la única forma de cambiar la historia. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.

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https://youtu.be/PjDPYYic3O4?si=TsGPrSjoLXC3a5NK

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