Rubalcava y el Metro: el error más grave de Clara Brugada

Por: Onel Ortiz @onelortiz

Cuando a la presidenta Claudia Sheinbaum se le preguntó sobre la designación de Adrián Rubalcava como nuevo director del Sistema de Transporte Colectivo Metro, respondió con diplomacia: que evaluáramos sus resultados, no su nombramiento, y recomendó leer el libro Gracias, de Andrés Manuel López Obrador. Lo hice. Por segunda vez. Y esta relectura solo confirmó mi sospecha: si tomáramos en serio los principios que rigen a la Cuarta Transformación, Rubalcava no debería estar al frente de ninguna instancia de gobierno morenista, y mucho menos de una tan delicada como el Metro.

Porque Gracias no solo es una bitácora de gratitud y reconocimiento; también es una declaración de principios. En sus páginas, el expresidente López Obrador insiste una y otra vez en la congruencia, en la lealtad al pueblo, en los valores éticos y en la necesidad de un relevo generacional que limpie al país del arribismo y la simulación. Nada de eso representa Adrián Rubalcava. Nada.

La designación de Rubalcava como director del Metro es, hasta ahora, el error político más inexplicable —y más grave— de Clara Brugada. Inexplicable porque no responde ni a una lógica técnica, ni a una necesidad política. Grave, porque el Metro no está para experimentos ni para pagos de cuotas.

Rubalcava no es experto en movilidad. No es ingeniero en transporte, no tiene experiencia en gestión de sistemas masivos ni ha sido reconocido por una administración eficiente de servicios públicos. Su paso por la alcaldía Cuajimalpa fue, cuando mucho, discreto, y cuando menos, desastroso. Nunca destacó por innovar, por mejorar el transporte público local, ni por priorizar a los más necesitados. Lo que sí hizo fue construir una carrera política basada en la lealtad volátil: empezó en el PRI, coqueteó con el Verde, hizo campaña contra Morena y terminó tomándose la foto con los símbolos de la Cuarta Transformación… justo cuando le cerraron la puerta en la oposición.

Rubalcava no representa nada políticamente. No tiene una base sólida, no arrastra masas, no es un cuadro ideológico ni un operador electoral eficaz. Su único mérito es haber traicionado al PRI en el momento oportuno. Pero incluso en eso hay niveles. El senador Miguel Ángel Yunes, por ejemplo, cuyo voto fue decisivo para la reforma judicial, aportó algo concreto. Fue útil para una causa nacional, sin necesidad de un cargo ejecutivo. Y aún así, el propio movimiento le ha puesto límites. Porque el pragmatismo no puede ser la única guía. Porque la Cuarta Transformación no puede convertirse en un refugio para desechos del viejo régimen.

En contraste, Rubalcava es exactamente lo que no necesitamos. Su incorporación al gabinete de Clara Brugada no suma: resta. Resta confianza en la jefa de gobierno. Resta credibilidad en el discurso de transformación. Y lo más preocupante: pone en riesgo un sistema de transporte del que dependen diariamente más de cinco millones de personas.

El Metro de la Ciudad de México no necesita operadores políticos; necesita técnicos comprometidos. Desde hace años funciona al filo de la navaja. Lo sostienen trabajadores heroicos, de esos que no salen en las fotos, pero que permiten que los trenes circulen, que las puertas cierren y que los túneles sigan respirando. Cada vez que ocurre una tragedia —como el colapso de la Línea 12, los incendios en instalaciones eléctricas o los recientes casos de pinchazos con jeringas a usuarios— recordamos que el sistema se mantiene más por inercia que por planeación.

No se trata solo de que el Metro esté saturado, o de que tenga décadas sin una renovación integral. Se trata de que necesita dirección técnica, liderazgo honesto, sensibilidad social y visión de futuro. Y Rubalcava no garantiza nada de eso. Más bien lo contrario: encarna el viejo estilo de hacer política. De premiar a los amigos y de encubrir a los oportunistas.

La delincuencia en el Metro también ha mutado. Hoy ya no se trata únicamente de carteristas o acosadores, sino de agresiones organizadas, como lo evidencian las 41 denuncias por pinchazos con agujas en vagones y estaciones. En este contexto, la designación del director del Metro no es un asunto menor. Requiere una visión integral de seguridad, de mantenimiento, de movilidad y de dignidad para el usuario. Brugada escogió al peor perfil disponible.

Yo voté por Clara Brugada. Lo hice convencido de que representa una continuidad con sentido social, una trayectoria de lucha y una sensibilidad distinta a la de sus antecesores. No me arrepiento. Pero votar por alguien no es firmar un cheque en blanco. Es, más bien, comprometerse a señalar cuando se equivoca. Y este nombramiento es una equivocación mayúscula.

Clara Brugada tiene todo para hacer un gran gobierno. Hereda una ciudad con avances importantes en movilidad, en seguridad y en derechos sociales. Pero también hereda una de las tareas más urgentes y complejas: recuperar la confianza en el Metro. Modernizar su infraestructura. Electrificar sus líneas. Convertirlo en el eje del sistema de transporte público del país. Para eso necesita a los mejores. No a los desechos del priismo.

La apuesta por el Metro no es solo técnica. Es política. Es simbólica. El Metro es el transporte de los pobres, de los estudiantes, de los trabajadores, de las mujeres que salen a las cinco de la mañana para llegar a tiempo. Es el espacio donde se expresa la ciudad más auténtica. No se puede gobernar desde el privilegio sin haberlo recorrido.

Si realmente se quiere construir un sistema de transporte metropolitano que conecte el aeropuerto Felipe Ángeles con la ciudad, que vincule a la CDMX con Pachuca, Cuernavaca, Puebla y Toluca mediante trenes de cercanía, entonces se requiere visión, no improvisación. Si el Metro va a convertirse en una infraestructura segura, eléctrica, eficiente y moderna, debe estar dirigido por alguien que sepa lo que eso implica.

La Cuarta Transformación no puede permitir que el Metro se convierta en moneda de cambio ni en refugio de oportunistas. Debe ser ejemplo de política pública de calidad, de servicio al pueblo, de planeación a largo plazo. Y eso no es posible mientras Adrián Rubalcava ocupe la dirección del sistema.

Las y los ciudadanos no estamos para aplaudir todo. Nuestra obligación es señalar cuando nuestros gobiernos se equivocan. Y este es uno de esos momentos. Aún estamos a tiempo de corregir.

Clara Brugada tiene la oportunidad —y la responsabilidad— de rectificar. De poner al frente del Metro a alguien que lo merezca, que lo entienda y que lo respete. No a alguien que solo busca sobrevivir políticamente en un movimiento que no lo necesita ni lo reconoce.

No se puede transformar la ciudad desde el cinismo. No se puede modernizar el Metro con figuras del pasado. No se puede construir una movilidad digna con funcionarios indignos.

Y, sobre todo, no se puede invocar a Gracias como justificación de una decisión que contradice cada página de ese libro. Porque si algo deja claro Andrés Manuel López Obrador en sus memorias, es que el movimiento no es una franquicia, ni un refugio, ni una red de favores. Es una causa. Y Rubalcava no pertenece a ella. Eso pienso yo, usted que opina. La política es de bronce.

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