Los Revueltas: la insumisión hecha arte

Por: Onel Ortiz @onelortiz

El jueves 24 de abril de 2025, el Senado de la República inscribió en letras doradas los nombres de Silvestre, Felipe, Rosaura y José Revueltas en el muro de honor del recinto legislativo. Un acto solemne que, más allá de la ceremonia, representa un acto de justicia histórica. Porque si bien se ha dicho que México es tierra de artistas, también es cierto que muchos de sus más grandes talentos han sido perseguidos, silenciados o marginados por el poder. Tal es el caso de los hermanos Revueltas, una familia cuya historia es testimonio de arte, lucha y dignidad frente al autoritarismo.

Originarios de Santiago Papasquiaro, Durango, los Revueltas crecieron en una casa donde la sensibilidad artística fue sembrada desde la infancia. Su madre, ferviente lectora y aficionada a la música, los educó en la disciplina de las artes y los derechos del pensamiento. Así germinó una familia que no sólo brilló en las letras, la música, el cine o la pintura, sino que también se comprometió con la realidad del país, aun a costa de su libertad y bienestar.

Silvestre Revueltas: la música de la rebeldía. Silvestre, el más célebre de los hermanos en el terreno musical, fue un compositor que no temió romper con las formas académicas ni con las imposiciones de un nacionalismo oficialista. Su obra, como “La noche de los mayas” o “Sensemayá”, es un estallido sonoro que mezcla lo indígena con lo moderno, lo trágico con lo vital. No obstante, su ideología comunista, su alcoholismo y una vida bohemia lo condenaron al ostracismo del reconocimiento institucional que sí recibieron otros como Carlos Chávez o Blas Galindo. Silvestre fue, como lo dijo alguna vez Carlos Monsiváis, “el gran compositor de los marginados”.

Hoy, al inscribir su nombre en el muro de honor, el Senado no sólo honra su música, sino también la disidencia de un artista que se negó a ser decorativo. Porque Silvestre fue, ante todo, un rebelde que entendió que la música debía resonar con la verdad de su tiempo.

Felipe Revueltas: el muralismo armado. Felipe, por su parte, fue un pintor y muralista de enorme talento. Su obra puede contemplarse en el Colegio de San Ildefonso o en la Secretaría de Educación Pública, pero su historia va más allá del pincel. Fue dirigente del sindicato de pintores y muralistas, y protagonizó una de las anécdotas más simbólicas del conflicto entre el arte y el poder: armado y en estado etílico, impidió el rompimiento de una huelga artística. Ese gesto, polémico y visceral, habla del compromiso de Felipe con los derechos laborales de los artistas, con la dignidad de los creadores frente a un sistema que los quería sumisos.

Felipe Revueltas fue pintor, sí, pero también un combatiente. Y su nombre en el Senado debería ser un recordatorio de que el arte también se defiende con las uñas, con la palabra, con el cuerpo.

Rosaura Revueltas: la actriz proscrita.  Rosaura fue una actriz extraordinaria, con una carrera internacional que la llevó a participar en películas como La sal de la tierra, Un día de vida o Las Islas Marías. Fue justamente su papel en La sal de la tierra, una película adelantada a su tiempo que retrataba la lucha obrera desde una perspectiva feminista y de clase, la que le valió su expulsión de Estados Unidos durante la cacería anticomunista del macartismo. Rosaura fue víctima de la intolerancia, del miedo del imperio a las mujeres pensantes, críticas, valientes.

Pero también fue una pionera. En tiempos donde pocas mujeres podían levantar la voz, ella lo hizo desde la pantalla grande, encarnando personajes que hablaban por miles. Su nombre en el muro de honor no sólo es un reconocimiento a su carrera, sino a todas las artistas que, como ella, pagaron el precio de su libertad.

José Revueltas: el apando del Estado. Y qué decir de José, quizá el más conocido de los hermanos, y el que vivió con mayor intensidad la persecución política. Escritor de enorme profundidad, sus obras como Los muros de agua, El luto humano y El apando no sólo son pilares de la literatura mexicana, sino también testimonios de un país donde la cárcel fue –y sigue siendo– la respuesta al disenso.

José Revueltas fue encarcelado en múltiples ocasiones, primero por su militancia comunista, después por su participación en los movimientos sociales. Fue reprimido por ser un pensador incómodo, un crítico de la izquierda dogmática y del autoritarismo gubernamental. Más de la mitad de su vida la pasó en prisión. Allí escribió, allí resistió, allí nos legó un pensamiento ético que hoy sigue vigente: el compromiso con los que nada tienen, la defensa de la libertad, el poder redentor del arte.

Su inclusión en el muro de honor es, en parte, una paradoja. ¿Cuántos de los senadores que hoy votaron por su reconocimiento, habrían votado en otros tiempos por encarcelarlo?

El reconocimiento a los Revueltas llega tarde, pero llega. Y es necesario decirlo: México ha sido injusto con ellos. Durante décadas, su obra fue silenciada, sus nombres ignorados en las instituciones culturales, sus biografías relegadas a los márgenes. En tiempos de series biográficas y grandes producciones históricas, sorprende que ningún productor haya apostado por llevar a la pantalla la vida de estos hermanos que parecen esculpidos para el drama: música, cárcel, exilio, alcoholismo, huelgas, censura, gloria.

Cada uno de ellos representa un ámbito: Silvestre la música, Felipe la pintura, Rosaura el cine y José la literatura. Pero también representan un país fracturado, una historia de luchas inconclusas, una familia que vivió al filo de sus pasiones, fiel a sus principios, sin claudicar ni venderse. Los Revueltas no son estatuas, no son mitos embalsamados. Son hombres y mujeres de carne y hueso, que se jugaron la vida por su arte, por sus ideas y por su pueblo.

¿Y ahora qué? Ahora que sus nombres están en el muro de honor, lo mínimo que puede hacer el Estado mexicano es garantizar que sus obras se difundan, que sus vidas se estudien, que sus luchas no se olviden. Urge una colección editorial que reúna su obra completa. Urge una serie documental, una producción cinematográfica, un ciclo nacional de homenajes. Urge que en las escuelas se lea a José, se escuche a Silvestre, se analice la pintura de Felipe y se proyecten las películas de Rosaura.

No se trata sólo de mirar al pasado con nostalgia. Se trata de mirar el presente y el futuro con los ojos críticos de los Revueltas. En un país donde la censura vuelve a asomar en nombre de la moral, donde la libertad artística sigue condicionada por la política, donde el pensamiento crítico es estigmatizado, recordar a los Revueltas es también un acto de resistencia.

La inscripción de los nombres de Silvestre, Felipe, Rosaura y José Revueltas en el muro de honor del Senado es más que un acto simbólico. Es un mensaje: que el arte puede y debe ser insumiso, que la crítica es un deber moral, y que el verdadero honor no está en los títulos, sino en la coherencia con la vida. Los Revueltas no fueron perfectos, pero sí profundamente humanos. Y en su humanidad –brillante, errática, intensa– está su grandeza.

Que este reconocimiento no sea el punto final, sino el principio de un nuevo diálogo con su legado. Porque como escribió José Revueltas desde Lecumberri: “La prisión no puede encarcelar al pensamiento, ni la censura a la palabra, ni la muerte al arte”. Eso pienso yo, usted qué opina. La política es de bronce.

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https://youtu.be/zfX7a3LqzZU?si=wSA5P40YTfkJ8lHX

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