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21 de noviembre de 2024

Norma y Arturo, los amigos

Por: Onel Ortiz @onelortiz

La historia de México, la que cuenta las vidas de los hombres y mujeres de carne y hueso, no los relatos escritos en bronce, está plagada de pasajes y anécdotas que van de la comedia a la tragedia, del amor al odio.

Recordemos cómo Antonio López de Santa Anna, el seductor de la patria y de mujeres, decidió independizar a Aguascalientes de Zacatecas después de darle un beso a doña Luisa Fernández de García Rojas. Leyenda o historia, será el sereno, pero los labios de una mujer aparecen en el escudo del Estado Libre y Soberano de Aguascalientes.

También recordemos cómo en los oscuros días del golpe de Estado contra Francisco I. Madero, el senador suplente Belisario Domínguez negó el saludo al usurpador Victoriano Huerta. Siendo tan rencoroso y vengativo como era El Chacal, cuenta la leyenda que en ese desplante de dignidad el senador chiapaneco selló su muerte.

Estoy convencido que la historia no la escriben los políticos; la hacen los historiadores, escritores, pintores, músicos y, principalmente, el pueblo en sus expresiones culturales, como los corridos. Los políticos deben guardar su enorme ego en el cajón y simplemente hacer el trabajo para el que fueron electos.

Hasta hace unos días pensaba que, cuando se cuente la historia de la reforma judicial de Andrés Manuel López Obrador, se diría que uno de los hechos que marcó este proceso sería el desplante y el discurso de la presidenta de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Norma Piña, el 5 de febrero de 2023, al no levantarse para recibir al Presidente de la República y sus planteamientos referentes a la independencia judicial en un aniversario más de la promulgación de la Constitución de 1917.

No es así. Me entero de que el sendero que ha seguido la reforma al poder judicial, que agregó una capa de incertidumbre al cierre del sexenio de Andrés Manuel López Obrador, el presidente más popular de los tiempos recientes, y la toma de posesión de Claudia Sheinbaum, la candidata más votada en la historia de México, tiene su origen en un pleito personal entre Norma Piña y Arturo.

Según las versiones que circulan en las guardias de las brigadas en el Palacio Judicial de San Lázaro y otras instalaciones del Poder Judicial Federal, Arturo y Norma fueron grandes amigos, compañeros y camaradas desde los años universitarios. Cuando Norma llegó a la Corte, fue Arturo quien la apoyó, presentó y promovió. Las familias se frecuentaban y eran amigas. Precisamente dicen que fue en una de esas cenas de parejas, con buenas viandas y excelentes vinos, que dicho sea de paso circularon abundantemente, que estalló el pleito con acusaciones y reproches cruzados de corrupción y chantajes. Desde esa noche, nada fue igual.

Será asunto de historiadores conocer la veracidad de estos datos; lo que sí percibo es que el ecuánime y sereno Arturo Zaldívar se torna terriblemente pasional cuando se refiere a Norma Piña. Ya cada quien saque sus conclusiones.

Si la historia la escriben los historiadores, ¿qué les corresponde a los periodistas y a los columnistas, por cierto en proceso de extinción? Pues emitir por escrito, voz o video, nuestras opiniones respecto a la agenda nacional. Por ejemplo, cómo un rompimiento personal podría ser parte de una reforma sustancial para el Estado mexicano. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.

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