En campaña todos mienten, descalifican, exageran impunemente. Prometer no empobrece.
En el aparentemente reluciente mundo de la democracia occidental, Estados Unidos se erige como un faro, una supuesta epifanía de participación cívica y representación popular. No obstante, detrás de esta fachada de democracia ejemplar, la realidad revela una sociedad manipulada, ignorante y profundamente polarizada, con excepciones notables en aproximadamente 25 ciudades.
En el turbulento año de 2016, Donald Trump ascendió al pináculo del poder presidencial estadounidense, arrojando luz sobre un discurso beligerante, racista y clasista. Su retórica se centró en propuestas adversas a los migrantes, especialmente los mexicanos, con la promesa de construir un muro fronterizo. Trump se comprometió a restaurar la grandeza y los empleos en América, mientras desafiaba a China.
El uso estratégico de la polarización y herramientas como Cambridge Analytic le otorgaron la victoria, pero como perro que ladra, no muerde, muchas de sus grandilocuentes promesas de campaña se desvanecieron en discursos vacíos. Su gestión deficiente durante la pandemia de COVID-19 y sus decisiones irresponsables contribuyeron a su derrota en la reelección.
En el horizonte político de 2024, Donald Trump emerge nuevamente como el favorito para la candidatura republicana, enfocándose en avivar los sentimientos conservadores y temores de la sociedad estadounidense. No duda en recurrir a la mentira, la descalificación y la exageración, atribuyendo a los migrantes toda suerte de males, desde un aumento en la delincuencia hasta la propagación del fentanilo. La guerra en Ucrania y los conflictos en Israel y la Franja de Gaza también serán elementos clave de su retórica.
Lo sorprendente es la normalización de estas prácticas. En las elecciones, parece aceptarse que los políticos tuerzan la verdad, descalifiquen a sus oponentes y exageren los problemas para ganar votos.
México, una democracia en construcción, no escapa a esta tendencia. Aquí también, candidatos, partidos y líderes políticos se permiten el lujo de mentir, difamar, descalificar y exagerar para obtener el respaldo popular, sin ninguna consecuencia. Repiten y repite mentiras, porque de la infamia algo queda.
En este juego electoral, el único criterio de verdad es la mayoría de los votos. Quien logra la mayor cantidad de apoyos, sin importar la veracidad de sus afirmaciones o la viabilidad de sus propuestas, se erige como el portador de la verdad, hasta que la triste realidad se impone, dejando a la sociedad como única perjudicada.
Esta forma de hacer política y llevar a cabo campañas electorales distorsiona la esencia misma de la democracia, convirtiéndola en una batalla de mentiras y manipulaciones donde los verdaderos perjudicados son los ciudadanos que confían en un sistema que debería representar sus intereses de manera justa y transparente. Es imperativo reflexionar sobre estos patrones y buscar formas de fortalecer la integridad democrática para construir un futuro político más transparente y ético. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.
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