El pasado 9 de enero, el presidente de Ecuador afirmó que su país está en un estado de conflicto armado interno, derivado de hechos violentos como incendios de autos y atentados explosivos en diversas partes del país, el ingreso de encapuchados armados a un canal de televisión y motines en los reclusorios, como respuesta a la fuga del narcotraficante ecuatoriano Adolfo Macías el “Fito”. Esto no es novedoso, pareciera que cada vez más los hechos de violencia están vinculados a organizaciones privadas como es el caso del Al Qaeda, o el Grupo Wagner en Ucrania y en África.
Una de las premisas del Estado moderno es el monopolio de la violencia por parte del Estado, elemento que no se ha dado ya en Ecuador. La estrategia de Quito que buscaba imitar lo hecho por Bukele en El Salvador, o como lo quiso hacer Calderón en México, fue combatir a la delincuencia como un acto de propaganda y no como una estrategia de Estado. También hay casos en los cuales algunos países hacen uso de la guerra y hechos violentos como elemento disuasor, por ejemplo, Estados Unidos tiene una tradición de participar en conflictos a modo de distractor, lo que desvía la mirada de la política interior.
Esto puede ser un acto de gran impericia que ponga en riesgo la estabilidad del Estado ecuatoriano y una muestra que para enfrentar estos problemas lo peor que puede hacer un gobierno es un juego de vencidas; se debe de cambiar la arena de lucha por un tablero de ajedrez donde la inteligencia, el cálculo y la estrategia sean más importantes que los meros desplantes de fuerza, porque lo único que logrará es una escalada de violencia.
La realidad es que las guerras contra el narco han fallado. Por ejemplo cuando Nixon (sí, el mismo que tuvo que renunciar a la presidencia) declaró la guerra contra el narcotráfico, había 6 mil 700 muertes por sobredosis; hoy, las muertes anuales por esta causa en Estados Unidos son de más de 70 mil, con un incremento anual de 4%, sin considerar que el número de consumidores de drogas ilegales es de más de 37.3 millones de personas, de acuerdo con el Centro Nacional de Estadísticas de Abuso de Drogas.
En el caso de México, la famosa guerra contra el narco lo único que generó fue una tremenda violencia y el fortalecimiento de las estructuras del crimen organizado. Habrá voces que critiquen, pero son respetables.
En México no hemos perdido ciudades completas debido a la adicción como hoy lo están San Francisco, Los Ángeles, Seattle o Filadelfia. Y si bien en Ecuador no hay tantos adictos como en Estados Unidos, sí existe una presencia del narcotráfico que hoy desencadenó estos hechos violentos. Hay que reconocer la pronta respuesta del gobierno: el número de detenidos que hubo de inmediato y que hasta el momento suman más de 70, acusados de actos terroristas. No hay recetas para seguir en estas situaciones, pero categorizar a grupos delictivos como terroristas únicamente los posiciona y hace visibles. La fórmula exitosa para combatir la violencia es aquella impulsada por el presidente López Obrador: combatiendo la corrupción, implementando una política social y fomentando una estrategia basada en la pacificación.