Las elecciones siempre tienen un sentido de lo extraordinario, hay una conciencia y una visión de que se está haciendo historia, sin embargo, hay patrones comunes y constantes en todos los periodos electorales, y uno de ellos es el proceso de selección de candidatos, que parafraseando a Arthur Rimbaud, es una temporada en el infierno, el periodo de mayor efervescencia política que muestra lo mejor y lo peor de la condición humana; casos de sensatez, centralidad y convicción, pero también de voracidad y mezquindad.
El hecho constante es que aquellos que se daban golpes de pecho, se sentían garantes de la pureza ideológica y hasta se daban aires de superioridad moral, al no ser candidatos, se les va el amor, les nace el espíritu crítico que nunca tuvieron y lo más chistoso es que buscan maromas ideológicas como decir que representan a la 4T, al partido o incluso que cuidan al presidente; pero la realidad es que se van por el puro hecho de que su convicción era gelatinosa y volátil. No dudamos que hay algunos casos legítimos, pero la neta es que salirse de Morena después de no lograr una candidatura es simple y llanamente una ambición frustrada, en la que se quitan el disfraz del morenismo para desnudarse y ver su alma hueca, vacía de cualquier convicción. Es el terreno de los malquerientes, esquiroles y hasta infiltrados; parafraseando a Manuel Benítez Carrasco, convicciones de flor de un día, movidas más por las encuestas que por un proyecto de nación.
La izquierda necesita adiciones, y ser un proyecto horizontal y más amplio, pero no a cualquier costo, debe haber un mínimo de coincidencia ideológica y hay casos virtuosos. Por ejemplo, cuando se fundó el Partido Comunista Mexicano en 1919, durante prácticamente 70 años tuvo un papel perimetral en la vida democrática, hasta que se dan dos elementos fundamentales: la adición del Ingeniero Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo, y la gran generosidad y visión de estadista de Heberto Castillo, que incluso declinó a favor del Ingeniero Cárdenas. Esto nos da una ecuación virtuosa, una inclusión de personas con talento, integridad, claridad ideológica y generosidad, que se complementan con una visión estratégica. Estas sumas son bienvenidas y son la base fundamental del movimiento, pero en este cajón no se debe tomar en cuenta a aquellos que quieren tomar el camión electoral y se bajan únicamente porque no se les dio una candidatura.
La política sin ideología no es más que voracidad y ambición, es navegar sin cartografía y sin puerto, pero sobre todo, sin brújula moral. Hay muchísimos casos de gente encomiable que ha estado desde el 2004 con el Lic. Andrés Manuel López Obrador y sin tener un solo cargo, mientras que muchos que llegan solo buscan un cargo desde la impostura, algunos lo logran y otros se van decepcionaditos.
La realidad es que estamos a 60 días de la elección, y prácticamente están listas todas las candidaturas, por lo que seguirán apareciendo fenómenos de esta naturaleza, pero en un movimiento como Morena con una claridad ideológica, debemos poner atención a la consistencia y solidez de nuestros cuadros. Pasando la elección, Morena deberá entrar a un proceso de reflexión y de mucho aprendizaje. Una propuesta sería que todos los que se quieran sumar deban hacer una declaración profunda de su fe política, en la cual expresen el reconocimiento al liderazgo del presidente López Obrador, el compromiso para abolir privilegios y la corrupción, y la conciencia de que primero es la gente, no los contratistas ni los proveedores. Y también debe existir un proceso para quienes busquen dejar el partido por no subirse al camión de las candidaturas, en el cual se haga patente nuestro desprecio a su impostura; no en vano el pecado favorito del diablo es la soberbia de la que se alimenta la traición.