La amenaza de Donald Trump de imponer un arancel del 25% a las exportaciones mexicanas hacia Estados Unidos, bajo el pretexto de presionar a México para frenar la migración y el tráfico de fentanilo, no solo es un ejemplo de su retórica populista, sino un claro acto de autolesión económica para la economía estadounidense. Aunque esta medida pueda parecer una táctica para galvanizar a su base política, las implicaciones reales serían devastadoras para los sectores estratégicos de Estados Unidos, en particular para la industria automotriz, y no menos importante, para el consumidor norteamericano.
Desde la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1994, y su posterior evolución al T-MEC, México y Estados Unidos han construido una relación económica profundamente interdependiente. Esta integración se refleja en el hecho de que casi el 88% de las camionetas pick-up que se venden en Estados Unidos son fabricadas en México. Empresas como General Motors, Ford y Stellantis han aprovechado las ventajas competitivas que ofrece la producción en México, desde menores costos laborales hasta una cadena de suministro robusta y eficiente.
Si Trump impone un arancel del 25%, el impacto no será solo un problema para las exportaciones mexicanas. Marcelo Ebrard, secretario de Economía de México, tiene razón al señalar que esta medida equivaldría a un “tiro en el pie” para las propias empresas estadounidenses. Estas automotrices, que dependen de México para producir vehículos a precios competitivos, enfrentarían un incremento promedio de 3,000 dólares por unidad en el mercado estadounidense. Esto, a su vez, se traduciría en una pérdida de competitividad frente a fabricantes de otras regiones del mundo, como Asia y Europa.
Ebrard también señaló una cifra clave: alrededor de 400 mil empleos estadounidenses dependen directamente de las relaciones económicas con México. Estas cifras no son triviales; representan a familias, comunidades y economías locales enteras que sufrirían el golpe de una política proteccionista mal diseñada. Además, estas pérdidas no se limitarían a los trabajadores de las fábricas de ensamblaje, sino que impactarían toda la cadena de suministro: desde proveedores de autopartes hasta empresas de logística.
Es irónico que Trump, quien basa gran parte de su discurso en la creación de empleo para los estadounidenses, considere medidas que amenazan directamente la estabilidad laboral en su propio país. Este tipo de contradicciones subraya la desconexión entre su retórica política y la realidad económica.
Más allá de los empleos, el consumidor promedio en Estados Unidos sería uno de los principales afectados por los aranceles. El aumento de los precios de los vehículos, estimado en 3,000 dólares por unidad, es solo la punta del iceberg. Otros sectores, como el alimentario y el tecnológico, también sufrirían incrementos significativos en los costos debido a la dependencia de insumos mexicanos.
En un contexto de inflación elevada y una economía global que aún se recupera de las disrupciones causadas por la pandemia y la guerra en Ucrania, imponer más cargas económicas al consumidor estadounidense sería un error estratégico. El resentimiento no tardaría en manifestarse, y podría erosionar la base electoral que Trump busca consolidar.
Más allá del impacto económico inmediato, la propuesta de Trump amenaza con desestabilizar la cooperación regional en América del Norte. La visión de Claudia Sheinbaum, presidenta de México, enfatiza la necesidad de avanzar hacia una región más fuerte basada en la estabilidad y la prosperidad compartida. La colaboración en temas como la seguridad, la migración y la economía es fundamental para enfrentar los desafíos comunes, desde la competencia con China hasta la crisis migratoria en Centroamérica.
La amenaza arancelaria de Trump socava esta visión y fortalece las voces que abogan por una mayor diversificación de las relaciones comerciales de México. Como mencionó Ebrard, México ya está acelerando acuerdos con la Unión Europea y países de América Latina como Brasil. Si Estados Unidos insiste en cerrar puertas, México puede encontrar nuevos socios comerciales, debilitando aún más la hegemonía económica estadounidense en la región.
Paradójicamente, esta amenaza puede convertirse en una oportunidad para México. Diversificar sus relaciones comerciales no solo reduciría su dependencia de Estados Unidos, sino que también lo posicionaría como un actor clave en mercados emergentes y desarrollados. Además, esta situación subraya la importancia de fortalecer las capacidades internas de México para atraer inversiones, desarrollar tecnología y modernizar su infraestructura productiva.
La visión de estabilidad regional propuesta por el gobierno mexicano puede ser un modelo para contrarrestar el proteccionismo unilateral de Trump. Al final, un enfoque basado en la cooperación es mucho más efectivo que la confrontación.
La amenaza de aranceles del 25% a las exportaciones mexicanas no es solo un ataque a la economía de México; es un ataque directo a la economía de Estados Unidos y a los propios intereses de Trump. Desde la pérdida de empleos hasta el aumento de precios para los consumidores y la pérdida de competitividad internacional, las consecuencias de esta medida serían devastadoras para ambas naciones.
En lugar de fomentar políticas divisivas y autodestructivas, el gobierno estadounidense debería priorizar la cooperación regional y el fortalecimiento de las relaciones con México. Después de todo, América del Norte no puede prosperar si sus economías están en conflicto. Trump haría bien en recordar que la prosperidad compartida no solo beneficia a México, sino que también es la mejor estrategia para asegurar el liderazgo económico de Estados Unidos en el siglo XXI. Eso pienso yo. Usted qué opina. La política es de bronce.