El asesinato del comisario de la policía de la Ciudad de México, Milton Morales, el pasado fin de semana en el municipio de Coacalco, Estado de México, es una tragedia que no solo enluta a su familia y compañeros, sino que también refleja una preocupante realidad de violencia e inseguridad en nuestro país. Antes que nada, expreso mis más sentidas condolencias y solidaridad con los familiares, amigos y colegas de Milton Morales. Me uno a la exigencia de justicia, de que los responsables sean castigados y presentados ante la ley.
En México, vivimos una epidemia de sicarios similar a la epidemia de psicópatas que se observa en Estados Unidos. Dos hechos recientes, el atentado contra Donald Trump y el asesinato de Milton Morales, ejemplifican que no hay intocables. Sin embargo, las respuestas ante estos hechos son significativamente diferentes. En el caso del atentado contra Trump, la jefa del Servicio Secreto asumió su responsabilidad y, tras admitir el error de su institución, renunció a su cargo. En México, lamentablemente, muchas veces enfrentamos estos incidentes con retórica y demagogia en lugar de con eficacia y acciones concretas.
Hay muchas interrogantes aquí recupero algunas. La pregunta crucial es, ¿quién asesinó a Milton Morales y por qué? La respuesta a la primera parte de la pregunta parece estar en los videos que han circulado ampliamente en medios de comunicación y redes sociales. La segunda parte, más compleja, se relaciona con las funciones que Morales desempeñaba en la Secretaría de Seguridad Ciudadana. Morales era responsable de la inteligencia contra bandas criminales, una labor que indudablemente le generó enemigos poderosos.
Lo que resulta indignante es ver cómo algunos personajes, incluso dentro de la llamada Cuarta Transformación, se mueven con aparatosos dispositivos de seguridad. Dos o tres camionetas blindadas, con cuatro guaruras en cada una de éstas, que rodean los restaurantes o los edificios en donde comen o viven estos personajes.
Se supone que en esta administración se acabarían los guaruras y escoltas. Sin embargo, basta con dar una vuelta por los restaurantes de la Condesa o la Roma un jueves o viernes por la tarde para ver que esta práctica persiste. Mientras tanto, un servidor público como el comisario Morales, encargado de combatir a las bandas criminales, andaba solo por las calles de Coacalco. Esto evidencia una terrible falla en los protocolos de seguridad y en los criterios para asignar recursos públicos en la protección de servidores públicos que verdaderamente lo requieren.
Un sicario puede cobrar entre 5 mil y 500 mil pesos por un asesinato, según investigaciones periodísticas. La divulgación de la entrevista de Saskia Niño de Rivera a “El Barth”, el sicario que atentó contra la vida de Ciro Gómez Leyva ha puesto de relieve la realidad de los sicarios en México. Dijo que su mayor error era no haber matado al periodista, con una frialdad que hiela la sangre acepta que mató a uno de sus cómplices y que por lo menos debe 15 vidas más.
Personajes como El Barth, el Asesino del Arcoíris, el Bocanegra y otros entrevistados en el podcast “Penitencias” de Niño de Rivera, son solo la punta del iceberg de un fenómeno que debemos entender y combatir urgentemente.
¿Qué lleva a una persona a convertirse en sicario? ¿Es una cuestión de psicopatía o un fenómeno social creciente en nuestra sociedad? Estas preguntas requieren un análisis profundo y una estrategia eficaz para abordar el problema. Ahora los grupos criminales no recurren a los grandes comandos, como el que atentó contra Omar García Harfuch, sino contratan a sicarios, incluso fuera de su organización.
A dos meses de que Claudia Sheinbaum asuma la presidencia de la República y Omar García Harfuch la Secretaría de Seguridad, el asesinato de Milton Morales podría ser interpretado como un mensaje o una fatal circunstancia. Es imperativo que Sheinbaum, Clara Brugada y sus respectivos equipos de seguridad analicen el fenómeno del sicariato y desarrollen políticas efectivas para prevenirlo, contenerlo y erradicarlo.
No podemos aceptar ni resignarnos a vivir en un país donde se asesinan policías, se violentan y violan mujeres, y se mata a periodistas y defensores de derechos humanos con total impunidad. El asesinato de Milton Morales debe ser un punto de inflexión. No cabe la impunidad. La justicia debe prevalecer y la seguridad debe ser garantizada para todos los ciudadanos.
La violencia y la inseguridad en México no solo afectan a los ciudadanos comunes, sino también a aquellos que arriesgan sus vidas para protegernos. El asesinato de Milton Morales es un triste recordatorio de la urgente necesidad de revisar y fortalecer nuestros protocolos de seguridad, asignar recursos de manera eficiente y, sobre todo, implementar políticas que verdaderamente combatan fenómeno como el sicariato. Es hora de que nuestros representantes populares que tanto se empeñaron en conseguir nuestros votos actúen con decisión y eficacia para garantizar un país más seguro y justo para todos. Eso pienso yo, ¿usted qué opina? La política es de bronce.