Estamos al inicio del proceso electoral formal, en el cual ya se han dado algunos eventos y la esgrima mediática natural de estos momentos, sin embargo, los dos elementos que más podemos destacar de la derecha es el vacío y la injerencia. El primero es su boquete conceptual e ideológico. Están, como diría Sabines, “vacíos de una a otra costilla”.
Y por otro lado, el injerencismo, poco se aprendió del Cerro de las Campanas, nuevamente la derecha sale a buscar afuera lo que no logra en casa. El vacío y la confusión caminaron a buscar cobijo en tierras lejanas. La diputada española Cayetana Álvarez apoyó a Xóchitl Gálvez, y acusó al presidente López Obrador de “dar abrazos a los que le dan balazos”, mientras que el presidente Pedro Sánchez expresó preocupación por el clima de violencia que se vive en México; ambos claros ejemplos de intervencionismo. ¿A poco al presidente español le gustaría que en México opináramos sobre la corrupción de concesiones de millones de euros que le señaló el diputado Santiago Abascal en su cara en el Congreso? El que se ríe se lleva, el que se lleva se aguanta, y el que se sube se pasea; aún así, no lo hacemos porque en Morena respetamos los principios de no intervención y de autodeterminación de los pueblos.
La derecha está tan desesperada que busca ideólogos o ideólogas en tierras madrileñas, sin entender que su problema de fondo ha sido su incapacidad de construir un proyecto de nación coherente que trascienda las ocurrencias. Y más desesperados están porque ya nadie defiende el neoliberalismo, ni siquiera sus pensadores del momento, como lo abordamos en textos anteriores. Si a esto se suma que su vocación de profetas de la catástrofe fue fallida, lo único que se hace evidente es la falta de una orientación de principios e ideológica, pero, sobre todo, de liderazgos consistentes.
François Rabelais escribió “La naturaleza aborrece el vacío” y viene al caso porque la reacción y la derecha siempre estuvieron vinculados a los momentos oscuros de la nación, al disfrute privado sobre el goce propio, pero la gravedad de su crisis es tal por dos razones. Primero, porque no la reconocen, y segundo, porque al oír los discursos de PAN, PRI y PRD hermanados, pareciera que todos renunciaron a sí mismos, a sus principios y a sus tradiciones: el PRI renunció a Reyes Heroles, el PAN a Gómez Morín y a Lucas Alamán, y el PRD renunció a Heberto Castillo, Cuauhtémoc Cárdenas y a Andrés Manuel, únicamente por el afán de una supervivencia sin rumbo.
Lo triste es que renunciaron a los momentos de luz que cada uno de los tres partidos tuvo históricamente, sólo para abrazar sus temores y su ira, pero como cantaba José José “lo que un día fue, no será”. Hoy sólo se abrazan con desesperación los unos a los otros y a sus ambiciones personales, pero, sobre todo, a su nada, al vacío, que sólo se hará más profundo buscando cobijo en el extranjero.