La industria del pesimismo. Han resurgido los vendedores del anuncio catastrófico. Tras la asunción de Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, se ha reanudado el comercio del pesimismo, con el vaticinio en el sentido de que México está al borde del precipicio y que su caída hasta el fondo es cuestión de días o, cuando mucho, de meses.
Pronto van a expulsar del territorio estadounidense a 10 millones de mexicanos, a terminar con el T-MEC y a mandarnos divisiones aerotransportadas para poner orden, para apoderarse del Istmo de Tehuantepec, de todo el Golfo de México y las riquezas estratégicas de nuestro territorio.
Que las remesas tan estimadas por los mexicanos, uno de los principales componentes de nuestro PIB, se van a interrumpir y que el hambre va a regresar a miles de comunidades en todo el país. Que los aranceles comenzarán con un 25 por ciento y van a escalar hasta la mitad del valor de los bienes o servicios que provengan de México. En suma: ¡que nos va a cargar el payaso… representado por Trump!
El comercio de las buenas nuevas. Otros publicanos hacen su tarea. Predican la llegada de las profecías positivas: Trump traerá el progreso sin precedentes a su país y esa prosperidad será compartida por los mexicanos.
La deportación de los paisanos que viven en el territorio vecino no va a perjudicarnos, sino todo lo contrario, porque se trata de personas altamente capacitadas que van a fortalecer a la economía mexicana con su trabajo de mayores niveles. ¡Los empresarios mexicanos los están esperando con los brazos y las chequeras abiertas!
Se acabó el negocio de los polleros y de los mexicano-norteamericanos que viven muy bien tratando muy mal a los mexicanos indocumentados. Que con Trump se van a ir de México los chinos con todos sus chuchulucos.
El tiempo para la cabeza fría. No. No nos vamos a ir al precipicio, porque México no es un país de la periferia mundial. El gobierno de Trump no puede expulsar a 10 millones de mexicanos, ni puede invadir nuestro territorio.
¿Puede cambiar el nombre al Golfo de México? (jaja) lo intentará. Pero lo que no puede hacer es colonizar nuestros litorales ni declarar inexistente el mar territorial. Y, al menos va a pensarlo dos veces —porque, aunque no lo aparente, Trump sí piensa— antes de cancelar el T-MEC, porque la economía estadounidense se nutre, al menos, en un 6 por ciento del mercado regional, y el 6 por ciento del PIB norteamericano no es cualquier cosa.
Es tiempo para la cabeza fría, porque tampoco vamos a recibir beneficios mayores. Las deportaciones no llegarán a 10 millones, pero es posible que en el primer año debamos recibir a medio millón de connacionales y a otros tantos extranjeros que no pueden regresar a su país. Definitivamente, no podemos esperar que los cubanos, venezolanos, nicaragüenses o haitianos puedan volver a sus lugares de origen.
Es tiempo para la cabeza fría y así nos lo ha expresado la presidenta Claudia Sheinbaum. Por lo pronto, no podemos responder con la misma orientación ni en el mismo tono a un provocador natural como lo es Trump y su correspondiente gabinete. Tampoco podemos echar en saco roto el llamado presidencial a construir o fortalecer la unidad entre los mexicanos, porque no está en juego un régimen político, sino varios planos de nuestra vida nacional.
Es importante, y muy compartida por fortuna, la idea de que se debe llegar a un acuerdo nacional de las pluralidades para una defensa seria y responsable, sin aspavientos, del país. Los símbolos nacionales tendrán mayor fortaleza con la unidad en la sensatez. El llamado presidencial es para todos y debe provenir de todas las instancias de gobierno. Polarizar es una acción bizantina.